Los actos
escolares de fin de año suelen ser una ocasión cargada de emoción y
expectativa. Entre discursos y reconocimientos, se premia al “mejor promedio” y
al “mejor compañero”, reforzando ideas de éxito y convivencia que han sido
pilares del sistema educativo por décadas. Sin embargo, ¿qué mensaje estamos
enviando a los niños que no encajan en estos moldes? ¿Dónde quedan aquellos
que, aunque no destacaron académicamente o en popularidad, dieron lo mejor de
sí mismos en otras áreas?
Esta
tradición escolar, en apariencia inocente, puede ser profundamente excluyente.
Al premiar solo la excelencia académica y la sociabilidad normativa, dejamos de
lado a quienes brillan en deportes, arte, tecnología o simplemente en su
perseverancia diaria. Los niños que no se ven reflejados en estos
reconocimientos pueden terminar sintiéndose desmotivados, inseguros y poco
valorados.
Es hora de
replantear esta práctica y abrazar una visión más integral de la educación.
Cada niño tiene un talento único, una pasión o una fortaleza que merece ser
celebrada. Al reconocer y potenciar estas diferencias, no solo fortalecemos la
autoestima de los estudiantes, sino que también los motivamos a seguir
desarrollándose. En lugar de limitar los premios a categorías estáticas, ¿por
qué no crear espacios que destaquen logros individuales y colectivos en toda su
diversidad?
Imaginemos
una escuela donde se premie la creatividad, el esfuerzo, la empatía, la
resiliencia o el liderazgo en proyectos grupales. Una escuela donde cada niño
sepa que su contribución es valiosa, independientemente de su rendimiento en un
examen o su popularidad entre sus compañeros. Este cambio no solo haría más
felices y seguros a los niños, sino que también podría transformar el paradigma
educativo y de crianza.
Adoptar un
enfoque más inclusivo y respetuoso con las diversidades no es solo un acto de
justicia, sino también una inversión en el futuro. Formar niños confiados y
motivados es formar adultos capaces de enfrentar los desafíos del mundo con
creatividad, empatía y seguridad.
Por más
escuelas que celebren la diversidad, que reconozcan el potencial de cada uno y
que trabajen para fortalecer las capacidades individuales. Cambiar los actos
escolares es un primer paso, pero también una declaración de intenciones:
queremos una educación más inclusiva, amorosa e integral. ¡Hagamos que esta
idea se ponga de moda y llegue a todas las instituciones!