En el
corazón de nuestras fiestas populares, la elección de soberanas ha sido
históricamente uno de los eventos más esperados y significativos. No se trata
simplemente de coronar a una persona por su belleza, sino de designar a una
representante que encarne los valores, tradiciones y aspiraciones de nuestra
comunidad. Sin embargo, en los últimos tiempos, una preocupante tendencia
amenaza con borrar esta tradición bajo el pretexto de fomentar la igualdad y el
bienestar colectivo.
El argumento
utilizado por muchas localidades para justificar la eliminación de estas
elecciones es que perpetúan estereotipos o son "innecesarias" en una
sociedad que busca evolucionar hacia valores más inclusivos. Pero, ¿no es acaso
una visión simplista e incompleta? Desde hace años, las elecciones de reinas
dejaron de centrarse exclusivamente en la apariencia física. Hoy, las
candidatas son evaluadas por su compromiso social, su conocimiento de la
cultura local, su capacidad de oratoria y su liderazgo. Se trata de reconocer a
personas íntegras, embajadoras que promueven nuestra identidad en eventos
regionales y nacionales.
La figura de
la soberana es mucho más que una corona y una banda. Es un símbolo de unidad y
orgullo. Es quien lleva la historia y las tradiciones de su pueblo a otros
rincones, quien habla de las costumbres y el esfuerzo de su gente. Su papel es
también un compromiso: participar activamente en causas sociales, apoyar
iniciativas locales y ser una voz que inspira a otros.
Cuando las
autoridades deciden suprimir esta elección, bajo la excusa de
"modernizar" las fiestas, están ignorando que el problema no está en
la tradición, sino en cómo ésta se interpreta y se ejecuta. En lugar de
desechar esta práctica, podrían haberle dado un giro significativo, un
propósito social más definido. Por ejemplo, vinculando a las soberanas con
proyectos educativos, ecológicos o de inclusión. Podrían haber convertido esta
plataforma en una herramienta para visibilizar problemáticas relevantes, en un
espacio de empoderamiento y representación genuina.
Pero no. En
muchas ocasiones, estas decisiones esconden una realidad mucho más mundana: la
falta de presupuesto. No se trata de igualdad, respeto o bienestar; se trata de
evitar el costo de apoyar a las representantes en sus viajes y actividades. Y
eso es deshonesto, porque se priva a la comunidad de una tradición y a las
soberanas de una oportunidad única, todo bajo una falsa bandera de progreso.
La elección
de soberanas no necesita ser eliminada; necesita evolucionar. Necesita seguir
demostrando que nuestra cultura puede adaptarse a los nuevos tiempos sin perder
su esencia. En lugar de buscar excusas para abandonarla, deberíamos
fortalecerla, invertir en ella y darle un significado renovado. Porque cuando
una soberana se sube a un escenario, no solo representa su belleza o su
capacidad de hablar en público; representa a todos y cada uno de los que forman
parte de su comunidad. Y eso, en tiempos de globalización y pérdida de
identidad local, es algo que no deberíamos permitirnos perder.